jueves, 2 de abril de 2015

Los vendedores ambulantes de Bonice

Por: Alexandra Gámez.


En 1998 el ‘boli’ fue comercializado, actividad con la que comenzó la generación del Bonice y la paradoja de los vendedores ambulantes promovidos por una multinacional.

El trabajo de los vendedores ambulantes de Bonice pasa por las buenas y malas ventas, la competencia de sus compañeros, el trato con los clientes y la estigmatización hacia el empleo informal.

La rutina de todos los días para los vendedores ambulantes comienza al recoger su carro y diez paquetes de Bonice (cada uno contiene a su vez diez unidades) en la ‘casa dispensadora’, lo que representará su venta del día. Luego caminan hacia los diversos lugares donde tienen establecidos sus puntos de venta; los cuales también son causa de discusiones debido a la competencia entre vendedores.

Según la Superintendencia de Sociedades, las ventas de este producto representan para la compañía Quala 15.000 millones de pesos anuales en ingresos.

Un trabajo para muchos ‘catanitos’

Los microempresarios asociados a la empresa Quala dicen que “trabajar con gente joven es más complicado porque ha pasado que se les da el carro y se van a dar vueltas y al medio día se van a jugar máquinas, otros no vuelven” y son ellos quienes deben responderle a la empresa en los inventarios. Es así como dentro de la comunidad de vendedores ambulantes de Bonice se evidencia la restricción de la edad a la hora de conseguir empleo en trabajos formales e informales.

La otra cara de Bonice: los consumidores

Para las generaciones de finales de los años noventa y de inicios del siglo XXI Bonice se convirtió en una marca digna de recordación, por supuesto comprarlo era más una costumbre que una necesidad.

El pingüino en la publicidad de Bonice “personifica las características de un colombiano ideal”, así lo señala un estudio de métodos de venta y distribución realizado por estudiantes de la Universidad de Los Andes en el año 2013.

El derecho al trabajo informal

Aunque la policía ha atentado en contra de la integridad de algunos vendedores al inspeccionar sus carros en busca de sustancias psicoactivas, las condiciones para que los vendedores ambulantes puedan ocupar el espacio público están dictaminadas por la Sentencia T-772 de 2003 de la Corte Constitucional, la cual “establece que si bien las autoridades deben propender por despejar el espacio público para que sea aprovechado por los ciudadanos (…), antes de ser desalojados se debe tener un plan con políticas establecidas para que estas personas sean reubicadas en otro sector (…).”

Mientras Quala es una multinacional que crece conforme se reinventa, sus vendedores ambulantes siguen siendo personas similares a aquellos barranquilleros que bajo el sol sofocante les llevaban a los niños el ‘boli’ para la sed.


*Nombre cambiado por petición de la fuente.

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